
Un quemazón que sube desde las entrañas hasta la garganta y provoca una súplica incoherente. Es ese sentimiento, como ponzoña, como electroshocks, que te vuelve frágil y demasiado vulnerable. Dos recuerdos que se confunden en uno, y ganas de recordar en un masoquismo espiritual. Ganas de reír, de volver atrás. Una fuerza desbocada como agua en la tierra que se filtra para desaparecer y dejarte seco. Una crudeza inmasticable, una carne más muerta qué viva, arrancada a mordiscos ayer y tragada hoy y seguramente mañana. Cálmate, que aún eres un superhombre, sin capa y sin superpoderes, pero sí con una verdad -aún en gestación- tan preciada como esos recuerdos. Cálmate, pequeño, y deja de jugar a hacerte el valiente. Si no lo puedes soportar, mejor déjalo.