
Entonces las palabras no bastaban, ni eran mucho menos merecedoras de tal sentimiento. Se quedaban realmente cortas, y a veces pecábamos de barrocos, queriendo entrelazar cada letraja con un bienestar que ni tan sólo podíamos llegar a archivar, concebir y guardar. No importaba demasiado, la verdad, para entonces. Entonces, nos limitábamos a contemplar la vida a nuestro alrededor, y nosotros estáticos, sin perspectiva, fluíamos hasta llegar al error máximo: creernos perfectos. Esta idea, por desgracia, nos infectó de tal manera qué las cosas acabaron como ya sabemos. Entonces, las palabras no bastaban, y yo pedía versos más rebuscados, combinaciones casi ficticias de sonetos que ni tan sólo sabías realizar, pero no bastaban las palabras. Esto es lamentablemente extrapolable a todo lo demás. Pero entonces, nos esforzábamos a que las palabras, bastasen, sin lograrlo, claro.