
¿Ser feliz o... saber? Hace tiempo que asumí la relatividad como el único filtro objetivo hacia el conocimiento. Como si llevase unas gafas de escepticismo, fui desglosando todo mi saber - o al menos aquél del que era consciente - para observar el origen minuciosamente. Me quedé corto, y se presentó una frustración moderada al darme cuenta que el saber iba a ser... incierto. Disponía de poco tiempo para advertir la magnitud del reto al que me afrentaba. Y si pretendía salir airoso, con pocos daños -mentales- sufridos, iba a tener que poner todo mi máximo empeño y coraje en expandirme y adaptarme al primer esbozo - aún amorfo - del que iba a, potencialmente, ser.
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En este sentido, se me presentaron infinidad de preguntas más metafísicas que ontológicas, aunque con el patrón común de la confusión. Y tras un largo recorrido por el país de las maravillas de la mano de Alicia, el éxtasis y el trip-rock, llegué a aquella conclusión que, de una forma de la que justo ahora me doy cuenta, estaba relacionada con todo ello que estaba creando en mi interior: al fin y al cabo, todo es relativo. Y diciendo esto... empapando hasta tu último discurso de lo que supone esta afirmación tan generalista y facilona... te quedas tan pancho.
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Y como un viaje en el tiempo, en perspectivas borrosas y en espiral, se juntaban este nuevo descubrimiento y la idea de gestación del Superhombre. Transvaloración, muerte del yo, relatividad, positivismo... y plaf! Como en el Big Bang, se juntó y creó a alguien que aún se pregunta a qué le ayuda saber - y de una forma desvergonzada y soberbia creer ser el único transportador de esta reliquia de la filosofía neofuturista y vanguardista- todo lo anterior si no va a respetar los límites de la vida en ningún caso, si no es bajo la supervisión del amor.
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''A quién le corresponda'' expresa esta relatividad, este compendio que oscila aún en mi cabeza entre la incertidumbre y las expectativas. Como humo denso que espera condensarse y filtrarse en cada pensamiento, y echar raíz. ''A quién le corresponda'' es un canto sectario, más bien selectivo y exigente, a valorar solo aquello que merece ser valorado, a entender todo aquello que exprese una armonía en esta cosmovisión que yo, muerto o vivo aún en la racionalidad, voy pintando paso a paso. Es decir ''no me juzgues'' si no me vas a argumentar dejando atrás el sistema de valores. Es decir ''no me ames'' si no estás preparado a enfrentarte al cambio mental más grande que jamás hayas pensado presenciar. Es decir ''nada importa, ni siquiera la vida, y mucho menos la muerte''.
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Miquel Black, novembre 2010
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